sábado, 21 de agosto de 2010
Mis cuentos infantiles
Antes, mucho tiempo atrás, a J le bastaba una caja de ceras Manley para rellenar su espacio vital. Porque antes, cuando era un niño, una simple ecuación de primer grado suponía un reto tal que hacía que J pasara toda la tarde totalmente despreocupado del mundo que le rodeaba. Su mente conseguía evadirse felizmente viendo como la protagonista de su serie favorita, Punky Brewster, se colocaba sus Converse de colores vivos; uno distinto en cada pie.
Pero J, al igual que Punky, creció irremediablemente y entonces se dió cuenta de que la vida tenía una buena preparada para él. Pronto aprendió a aprender. Se dió cuenta de que su pequeño mundo se ampliaba a marchas forzadas. Sus relaciones sociales iban más allá de las 8 de la tarde y su cabeza se había convertido en una verdadera pajarería. Fue entonces cuando se dió cuenta de que las piruletas giratorias en forma de espiral que Charlie veía en su clandestina fábrica de chocolate no era sino el resultado de mezclar un poco de ron-cola con otro poco de vodka-naranja. Que Cenicienta acabó tirando el mocho por la ventana pensando con sus cuarteadas manos en un principe idealizado que jamás llegó para besarla. Que Blancanieves se rodeó de tanto crío porque en los años veinte la píldora del día después era mera utopía. Que la estela polvorienta de color blanco que rodeaba a Campanilla provocaba la adicción y posterior muerte de miles de personas. Que Jonh Smith no sólo introdujo a su concubina Pocahontas en Europa, sino también una nueva enfermedad vírica de transmisión sexual aún desconocida en el viejo continente. Que Alicia no se metió en la madriguera de ningún conejo; sino que disfrutaba cuando otros penetraban en el suyo propio. Que Úrsula, la mala de La Sirenita, respondía a un patrón psicológico misteriosamente muy similar al de muchas personas que se paseaban por tu vida. Y que Merlín lo único que tenía de mago era aquello de: 'Te echo unos polvos y desaparezco'.
Y es que, de haber sabido como cambiaba el cuento, J se hubiera quedado intentando darle uso a la jodida cera de color blanco tras decidir, como Peter Pan, no hacerse nunca mayor.
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Pero hacerse mayor también es una aventura que no está escrita en todos esos cuentos y a veces, incluso, merece la pena.
ResponderEliminarMuy ciertas las apreciaciones pero aún así siempre quedan pequeñas cosas que nos devuelven a la inocencia de aquellos años.
ResponderEliminar¡Por cierto tengo una entrada preparada sobre Punky Brewster! Me ha gustado ver que la mencionabas. Un saludo, te sigo ;)